Yo no soy racista. ¿Eso es todo?

“Vienen y nos quitan el trabajo porque cobran menos.”, dijeron años atrás las empleadas domésticas dominicanas y filipinas cuando llegaron las mujeres peruanas. Éstas repitieron lo mismo más tarde cuando llegaron las mujeres ecuatorianas, que a su vez replicaron la queja luego con las mujeres bolivianas. A día de hoy, España, a través de sus diferentes gobiernos, sigue sin ratificar el Convenio 189 de la OIT sobre los derechos de las personas trabajadoras domésticas.  El 96% son mujeres, más de la mitad sin afiliación a la Seguridad Social y más de la mitad son mujeres migradas.  

 

El miedo y la indefensión son sentimientos que encuentran un fácil canal de salida a través de la mirada hostil y de rechazo hacia el diferente. Pero el racismo tiene también una funcionalidad social. “Por su propia seguridad, permanezcan asustados” repite El Roto en sus viñetas. 

 

Hay actitudes racistas que dan cuenta de nuestro grado de frustración personal y social. Pero existe también un racismo institucional y estructural que mide el nivel de vulneración y desprecio hacia los derechos humanos. Ambos están intrínsecamente conectados.

A mayor vulneración de derechos, mayor inseguridad. Y a mayor inseguridad e incertidumbre, más extendido es el sentimiento de amenaza, terreno abonado para las actitudes de racismo y la xenofobia. 

 

«No hay que prestar atención a quien difunde alarmismos y alimenta el miedo del otro y del futuro, porque el miedo paraliza el corazón y la mente» 

 

Es imposible asumir la condición de sujeto de derechos mientras tu corazón y tu mente están paralizados por el miedo, mientras encuentres una explicación simple a tus problemas en la llegada de nuevos vecinos. 

 

 

 

¿Has pensado a quién le puede interesar que existan cada vez más personas paralizadas por la rabia, la desconfianza y el rechazo al diferente? 

En sus recomendaciones para eliminar la discriminación racial, Naciones Unidas insta a los Estados a “suprimir los obstáculos que impidan a los no ciudadanos disfrutar de los derechos económicos, sociales y culturales.”

 

Apuestas decididas por la convivencia intercultural, por el encuentro, entre vecinos y vecinas. Por supuesto, imprescindibles; pero incompletas. 

Hablar de discriminación racial y xenofobia nos debe conducir a hablar del acceso a derechos. Esto aplica a las instituciones garantes de los derechos y a las organizaciones que somos corresponsables de ellos. 

 

Mientras nos distrae el “avance de discursos xenófobos”, olvidamos que hace rato estamos ya sumergidos en numerosas vulneraciones de derechos que generan exclusión y ofrecen un vergel para el cultivo del odio. No basta el sello “soy libre de racismo”.

Paco Aperador
Equipo de Inclusión- Cáritas Española

 

 

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