La xenofobia, el racismo y los prejuicios… son pasos previos para dejarlos fuera. Y el mar, las fronteras con sus concertinas, los desiertos con su invisibilidad y demás zarandajas sirven de disculpa y escudo para que su vida no entre en la nuestra. Para que no hablemos de ellos. Son también parte de los “nadie” de Eduardo Galeano. Me refiero en este caso, claro está, a los migrantes (entre otros empobrecidos). Y dentro de este numeroso grupo de hermanos y compañeros, me refiero especialmente a los menores que viajan solos. Sin guardianes protectores. Sin ángeles.
Adultos y niños, a quienes entre otros métodos “persuasivos” se les arroja gas pimienta para expulsarlos. Con ellos casi hasta pretendemos quitarle el aire que respiramos. Lo estamos viendo estos días en las fronteras entre Bielorrusia y Polonia…Pero no olvidemos que lo hemos visto muchas veces más.
Las mascarillas ante el COVID parece que están dando muy buenos resultados. Dicen algunos que habrá que seguir con ellas, pero esta vez para no contaminarnos de los virus causados por la xenofobia, el racismo, los prejuicios con los que encabezo este artículo. Y que también terminan produciendo algo así como muertos vivientes. Muchos de ellos perciben miradas ajenas que les persiguen o les ignoran. Y los menores son muy conscientes – me lo recordaba hace poco un educador en pisos de menores migrantes – que cuando salen a la calle salen con “la ropa o el traje” que les delata a simple vista: Menores migrantes no acompañados o ex tutelados Lo saben. Y nosotros seguimos viéndolos bajo esos trajes estereotipados que impiden la relación fraterna.
Y todo sabemos que también hay negacionistas ante estas actitudes excluyentes : “yo no soy racista” por ejemplo … Y que para justificarse aluden a justificaciones de identidades egoístas que solo se pueden defender con muros o concertinas O que echan la culpa a otros antes que declararse uno mismo racista o xenófobo . Son como los malos actores que ante sus errores siempre le echan la culpa al “apuntador”.
En el teatro de la vida la culpa ante el no abordaje en serio del reto de las migraciones siempre la tienen los otros: “los países de los que vienen”, las mafias que se enriquecen, los efectos llamada. Todo sea con tal de no asumir responsabilidades en la construcción de un mundo más fraterno y justo con derechos para todos. Mucho más para los menores. Porque hay un derecho superior a su condición migratoria: el interés superior del menor. Que es el que debe primar. Y porque todo niño debe desplegar – y los adultos ayudarles a ello- el “genio de Mozart” que todo niño lleva dentro como recordaba el filósofo Roger Garaudy.
De ahí la importancia, si queremos ser eficaces, para enredarnos como personas e instituciones de Iglesia que aúnan su voz y sus hechos, para actuar – desde la originalidad de su identidad, orígenes y ,servicios para pronunciarse “simétricamente “ para empoderarlos y empoderarnos también nosotros. El arrojado en el camino, en el mar, en el desierto… es una oportunidad evangélica y social para construir – construirnos – en presente y futuro. Desterrando estigmatizaciones a veces inconscientes.
Fue algo parecido a lo que recuerdo de la Macedonia que visité hace años. Me llegó al corazón la imagen de emigrantes en la frontera con miles de concertinas, de donde eran desalojados a fuerza de bombas lacrimógenas.
Las imágenes, esta vez grabadas a fuego en mi corazón, me siguen “hablando” hoy en las fronteras (con migrantes utilizados como armas o escudos humanos) de Polonia y Bielorrusia. Y por ende en todas las fronteras. Y he comprendido por qué determinadas autoridades policiales aconsejan no mirar a la cara de los refugiados. Por ejemplo, a la de esa niña – ¡ay los niños!– que, casi ahogándose por el maldito gas, huía despavorida sin querer desprenderse de un sencillo juguete.
Como si fuera su tabla de salvación. Y me ha parecido recordar a uno de los guardias que disparaba los gases lacrimógenos con los ojos cerrados. ¡Ojos que no ven, corazón que no siente! Pero esta vez no ha sido así. Dicen que el pobre hombre no ha podido borrar de su corazón –por mucho que haya cerrado posteriormente los ojos– la mirada de horror de los niños y de los pobres. Dicen que aquel policía de ojos cerrados se llama… Europa.
Y no solo Europa, sino todos aquellos que cierras los ojos, quizás avergonzados de sí mismos. Ni reaccionan ante las llamadas papales y otras. Europa y el resto no saben mirar. Para su desgracia y la nuestra. Aunque sí sabe crear xenofobia, racismo y prejuicios.
José Luis Pinilla sj
Fundación San Juan del Castillo- Grupos Loyola.
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